jueves, 2 de mayo de 2024

Salvador Dalí sobre Le Corbusier




https://www.ina.fr/ina-eclaire-actu/video/i12250878/salvador-dali-propos-sur-le-corbusier-et-picasso 

Visión legal de la filmación de la entrevista

Cuando Dalí es lúcido y certero -si es que alguna vez no lo fue

Intérprete


 

Quién es el autor de un texto: ¿el redactor, o el lector?

La pregunta, en este caso, tiene una respuesta rápida y contundente: el lector o intérprete.

El texto adquiere pleno sentido, gana matices en los que el redactor no pensó, y se enriquece, se construye o reconstruye, se estructura y sobre todo apunta hacia un objetivo claro, evitando la dispersión, gracias a los comentarios de quien va a presentar el libro. 

El redactor escribe una partitura; el lector (la lectora) la interpreta. Le da vida. Pone el acento en lo relevante, si lo hubiera, obviando lo superfluo y lo innecesario.

 Un trabajo de composición que el corrector de estilo ya ha realizado previamente, analizando cada palabra, reestructurando frases, eliminando líneas o párrafos innecesarios o redundantes, e interrogando el texto. 

Mas, aún falta un componente innecesario: la voz que aporta el intérprete (el lector, el presentador), leyendo calladamente o en voz alta. 

Del mismo modo que una composición solo puede ser juzgada a través de su interpretación, la valoración, positiva o negativa, de un texto, se alcanza gracias a la lectura (pública, en este caso) de éste. 

Solo se puede dar las gracias a María Rubert, autora del libro -si no se avergüenza de él.

Mas adelante, una nueva presentación podría tener lugar en Madrid 

miércoles, 1 de mayo de 2024

Señal

 El curso llega a su fin. El fin del discurso está cerca. Ha discurrido siguiendo un cauce que se ha ido trazando a medida que se avanzaba. El objetivo podría cumplirse. Pero no está ganado de antemano. La aproximación ha requerido un viaje, emprendido conjuntamente.

Un objetivo: el verbo latino objicio significa lanzar hacia adelante, colocar delante de nosotros, proyectar y animar. También, inspirar, a fin de facilitar el avance, la aproximación a lo que se hallaba lejos y era desconocido. Tras el curso seguido, el avance, se descubre poco a poco, se devela. El saber es una iluminación que requiere una aproximación a tientas en los inicios, acompañada por el guiar del enseñante/

Enseñar implica, literalmente, hacer señales. El enseñante apunte, muestra, revela, descubre. Invita al descubrimiento, y deja que éste acontezca, que la revelación sea una experiencia personal. El placer des descubrimiento. 

Una señal es una advertencia, un aviso. Indica la dirección que se sigue, si ésta se dirige hacia la meta que se persigue. El enseñante es un guía. Deja marcas que ayudan a no no errar. Marcas que son palabras, gestos que orientan. Facilita el avance; muestra los obstáculos; anima a proseguir pese a las posibles dificultades. No grita, ni expulsa a nadie. El grito encoge el ánimo. Impide el avance.

Todos tienen que poder seguirle, cuidando por  donde camina, si la senda es practicable. Abre la vía por la que los estudiantes transitan. Un enseñante tiene que estar a la escucha de los que siguen sus pasos. Vela para evitar que nadie se pierda. Se detiene si es necesario. El descanso y la recapitulación  son imprescindibles. Se revisa el camino ya cubierto. Se apuntan las últimas etapas. 

Las señales tienen sentido. Son significativas . Significare, en latín, se traduce por mostrar, por dar a entender. La enseñanza es un don, es decir es un bien que se ofrece. Un gesto en doble dirección: la donación y la recepción, que da sentido a la ofrenda. El receptor, el estudiante, al igual que el enseñante, son los beneficiarios de la entrega. Ambos ganan. El gesto del enseñante no acontece el vacío. Pero el don solo es aceptable -y se acepta-, es de recibo, si no se impone. El bloqueo de la imposición cierra la puerta a la transmisión del conocimiento. 

Enseñar es saber escuchar, estar receptivo a las necesidades de quienes quieren aprender, es decir aprehender, ser capaces de coger y acoger un conocimiento, haciéndoselo suyo.

Un conocimiento que tras la distribución se convierte en un bien compartido. La transmisión del saber es un ritual. Acontece en el aula, una palabra que, en griego antiguo, designaba el patio (aulé) de una morada y también de santuario en el que, poco a poco, se va ilustra, se va haciendo la luz. De hecho, aunque no existía una palabra específica para designar un templo, toda vez que un templo era una morada (oikos) de un dios, la aulé era el espacio donde la divinidad, encerrada en su celda, aceptaba mostrarse y dialogar con los mortales. El aulé era el lugar donde los inmortales se “humanizaban”. Una clase, en cierta medida, es una ceremonia; una ceremonia de entrega de algo inmaterial: el conocimiento que llena una hora o una vida. Un aula es un espacio de diálogo, de intercambio. No existe experiencia más plena que una clase donde el diálogo prende, donde se debate -para sortear, entender, aceptar los obstáculos que se nos interponen en la prosecución del saber.

El enseñante se pone a la cabeza. Los signos que emite invitan al tránsito. Toda una clase se pone en marcha. El movimiento es sostenido. Los paros provisionales. Los abandonos rescatados, aunque impliquen la revisión del camino proyectado. La senda tiene que adaptarse a las fuerzas de quienes transitan. 

Pero el avance del enseñante no es indefinido. Llega el día en que sabe que debe ceder el paso y entregar el testigo a quien le sucede.

El conocimiento forma parte de una cadena. Es un trabajo o un esfuerzo colectivo, un bien que no es de nadie sino común, comunitario, una puesta en común de lo descubierto y aprendido.




La tumba del héroe fundador











Fotos: Tocho, Paestum, abril de 2024

 
Lejos del acceso, apartado de los tres célebres grandes templos griegos, casi intactos, cercano a la muralla de la ciudad, tras cruzar un campo cubierto por un manto de hierbas crecidas por las recientes lluvias, y salpicado de sillares de construcciones griegas y romanas sepultadas, invisible desde los distintos caminos que cruzan el yacimiento, mal ubicado incluso en los mapas, y escapado de las visitas masivas de grupos de turistas y escolares, agazapado sobre la tierra como la concha de un animal prehistórico, apenas levanta la cabeza un modesto tejado a dos aguas, rehundido en una hondonada artificial. Medio enterrado, enteramente invisible hace dos mil setecientos años bajo un túmulo circula que señala la tumba del fundador de la colonia griega de Posidonia (Paestum, tras la conquista romana), se halla lo que se conoce como un herôon: un santuario dedicado al fundador de la ciudad.

Se trata de uno de los dos únicos herôa llegados hasta nosotros. La otra tumba descubierta se halla en Cirene, en la costa libia, si bien el herôon de Cirene estaba dedicado a la fundadora mítica de la colonia, mientras que el de Posidonia albergaba, entre ofrendas, los restos del fundador real, hoy desconocido, empero, de la colonia griega.

Los herôa eran unos santuarios muy especiales. Cubrían la tumba de un humano, enterrado, al contrario que el resto de los ciudadanos, cuyas tumbas se ubicaban fuera del recinto de la ciudad, en el centro de la urbe, en ocasiones en el corazón mismo del ágora. Por otra parte, se trataba del único recinto sagrado, y del único culto asociado a éste, consagrado a un mortal, y no a una divinidad o a un héroe mítico.

Los fundadores eran quienes habían encabezado los desplazamientos coloniales desde la Grecia continental hasta nuevas tierras donde los colonos se instalaban. Dichas colonias ocupaban espacios muy acotados, cabe la costa, desdeñados por poblaciones nativas siempre instaladas en altozanos. Estos inciertos desplazamientos por mar no pretendían explotar tierras ni poblaciones, sino que se trataba de movimientos migratorios provocados por el hambre, dado que las limitadas riquezas agrícolas y ganaderas griegas no permitían el cuidado de una creciente población urbana a partir del siglo VIII aC, un movimiento que cesó con la ocupación romana de Grecia.

Templos griegos en buen estado se encuentran en el Mediterráneo y en el Próximo Oriente, en Atenas misma. Ten solo quedan dos herôa, en cambio.

Protegido por tejas planas bien conservadas, la tumba del héroe fundador es un modesto santuario, testimonio del agradecimiento de los colonos hacia su guía. Desde la tumba, éste seguía velando sobre la ciudad que había fundado. Su presencia era necesaria. Por este motivo, la ubicación del herôon era secreta. Estaba oculto y solo los rituales llevados a cabo carca del túmulo indicaban que la tierra albergaba los restos de un ser que merecía ser tratado como un dios.

El herôon de Paestum es uno de los pequeños monumentos más significativos de la cultura de la Grecia antigua, continental y colonial. 

martes, 30 de abril de 2024

La atención de los dioses




 

Foto: Tocho, Máscara de la diosa Hera, s. VI aC, terracota, santuario de Hera, Posidonia, Museo de Paestum (Italia).


Los dioses, inmutables, sonríen, distantes y condescendientes, ante las plegarias humanas.Ni tan siquiera miran a los trémulos fieles. Los ojos entornados, la mirada velada, ensimismada, se diría que apuntan hacia la lejanía, por encima de las testas angustiadas. No son humanos y están muy lejos de los temores humanos.

Mas, en ocasiones, están a la escucha. Son todo oídos. No sabemos si atenderán a nuestros ruegos, pero confiamos que nuestras oraciones les lleguen, aunque no manifiesten emoción alguna. La sonrisa no desaparece ni se agranda. La mirada no desciende. Pero parecen prestarnos atención.



domingo, 28 de abril de 2024

La trastienda sangrienta (anfiteatro romano de Puzzuoli,, s. I dC)





























 

Fotos: Tocho, Pozzuoli, abril de 2024


Los subterráneos (que albergan los fragmentos de las columnas de un pórtico superior caído, desaparecido) del anfiteatro de Pozzuoli, cabe Nápoles y Cumae, ideado quizá por el mismo arquitecto que el del Coliseo Romano, a mitad del siglo I dC, constituyen uno de los más logrados y perversos juegos espaciales romanos: un juego de luces y sombras, de macizos y huecos, de arcos, bóvedas, pasadizos rectos y curvados, de nichos, estancias y pasillos, de columnas, pilares y arcos. Un juego que milenios más tarde Piranesi describiría.

Añadidos al anfiteatro en el siglo II dC, los subterráneos, de los que ascendían hasta el escenario, decorados, animales y gladiadores, que componían un ritual sangriento en pos de la vida eterna del emperador, son un laberinto cuyas vías se abren en todas direcciones y que parece no tener fin gracias al perímetro curvo del espacio que impide vislumbrar los límites espaciales. 

Es difícil orientarse; se pasa una y otra vez por el mismo lugar o acaso por uno similar que se se sepa bien dónde uno se encuentra. Las galerías constituyen un mundo oscuro, que hacer perder el sentido de la orientación, y que prepara a las víctimas al deslumbramiento de la arena, rendidas antes de luchar, tras las pérdida de referencias espaciales que los subterráneos provocan. Constituyen un hábil, calculado ingenio espacial para que las víctimas se sintieran desamparadas, cuando, tras la red de galerías que giran una y otra vez, se enfrentaban a las amplitud y el vacío de la arena. 

Aún hoy, la experiencia rebela el poder de la arquitectura para desestabilizar e infundir miedo en víctimas a punto de ser sacrificadas, para condicionar la vida y la muerte.

En el palacio de las maravillas (Villa de Popea y de Nerón, Nápoles)



















 

Fotos: Tocho, Villa de Popea, Oplonti, Nápoles, abril de 2024


Aunque a esta manera de hacer le quedan ya pocos días, hasta que regrese pendularmente , la arquitectura, hoy, ha estado a merced de una manera de operar y de juzgar, según las cuales exponer a la vista de todos los materiales utilizados -ladrillos, madera, hormigón hace unos años-, descarnada, casi ostentosamente, era honesto, y respondía a una actitud ética, ya que no engañaba sobre cómo y con qué se construía, y ese juicio ante el trabajo debía ser enunciado visiblemente. Se ha hablado incluso no solo de una actitud moral, sino hasta de materiales éticos. Que exhibir lo que uno hace y hacer del operar y de lo operado a modo o cómo una bandera pueda ser calificado moralmente no deja de sorprender, toda vez que el resultado solo puede ser valorado estéticamente.

Estas disquisiciones morales o moralistas no embargaban a los romanos, al menos a ciertos poderes romanos.

La villa que el emperador Nerón habría mandado erigir para su segunda esposa, Popea -si es que la villa de Oplonti perteneció al emperador o a su esposa-, juega, de manera culta, con las apariencias, casi en respuesta a las disquisiciones platónicas sobre el estatuto de la imagen y su poder corrosivo de la realidad, confundiendo a ésta y, sobre todo, a los sentidos de los espectadores. En el caso de la Villa en Oplonti, la imagen pintada, más que poner en jaque al mundo real, lo juzga, juega con él y lo enriquece.

Ya en el acceso, frescos con imágenes naturalistas de plantas actúan de espejo de las plantas reales que se proyectan en las paredes. En las estancias, las puertas, las columnas, las ventanas, hasta el mobiliario y determinados objetos  se doblan o se desdoblan en imágenes que se proyectan en los frescos, pintadas con un realismo logrado que, no solo multiplican los elementos, sino que los realzan al destacan sus valores plásticos y cromáticos, su presencia en el espacio, su esencia y su necesidad. 

El palacio deviene así un espacio maravilloso donde nada es lo que parece, donde la diferencia ontológica entre esencia y apariencia se diluye para conformar un mundo soñado del que uno no querría despertar, creando un mundo alternativo y superior al mundo real profano. Un “verdadero” país de las maravillas en el que nos adentramos dejándolos engañar gustosamente, rindiéndonos ante el poder superior de la imagen pintada.